jueves, 23 de agosto de 2018

La carta de Jerusalén


El concilio [de .Jerusalén] no pretendió infalibilidad en sus deliberaciones, sino que actuó bajo las indicaciones de un juicio iluminado y con la dignidad de una iglesia establecida por la voluntad de Dios.

Vieron que Dios mismo había decidido este asunto al favorecer a los gentiles con el Espíritu Santo, y que se los debía dejar que siguieran la dirección del Espíritu.

No se llamó a todo el conjunto de cristianos para que votara sobre estos asuntos. Los apóstoles y ancianos, hombres de influencia y juicio, dieron forma al decreto y lo promulgaron, a consecuencia de lo cual fue generalmente aceptado por todas las iglesias cristianas. No todos se sintieron contentos, sin embargo, con esta decisión; hubo una facción de falsos hermanos que pretendieron consagrarse a cierta obra bajo su propia responsabilidad. Se dedicaron a murmurar y a buscar faltas, proponiendo nuevos planes y tratando de derribar la tarea realizada por hombres experimentados a quienes Dios había ordenado para que enseñaran la doctrina de Cristo. La iglesia tuvo que enfrentar tales obstáculos desde el mismo principio, y tendrá que seguir haciéndolo hasta el fin del tiempo (La historia de la redención, p. 323). 

Ser despiadado, acusar a otros, dar expresión a juicios ásperos y severos, alimentar malos pensamientos, no es el resultado de la sabiduría que proviene de lo alto... El lenguaje del cristiano debiera ser suave y circunspecto, pues su fe santa requiere de él que represente a Cristo ante el mundo. Todos los que habitan en Cristo, manifestarán la bondad y magnánima cortesía que caracterizaban la vida del Maestro. Sus obras serán obras de piedad, equidad y pureza. Tendrán la mansedumbre de la sabiduría y ejercerán el don de la gracia de Jesús... 

Cuando son tentados los que aman a Dios, canten himnos de alabanza a su Creador antes de hablar palabras de acusación y crítica. El Señor bendecirá a todos los que así procuran hacer la paz. Confíen en Dios. Cuidaos de no dar al enemigo ventaja alguna mediante sus palabras descuidadas. Contemplad siempre a Jesús. Él es vuestra fortaleza ... 

Sed tan considerados, tan tiernos, tan compasivos, que la atmósfera que os rodee sea fragante con las bendiciones del cielo (That I May Know Him, p. 185; parcialmente en A fin de conocerle, p. 186). 

El Señor ayudará a cada uno de nosotros en lo que más necesitemos en la magna obra de dominar y vencer el yo. Que esté la ley de la clemencia en vuestra lengua y el óleo de la gracia en vuestro corazón; esto producirá maravillosos resultados: seréis tiernos, simpáticos, corteses. Necesitáis todas estas gracias. Se ha de recibir e introducir el Espíritu Santo en vuestro carácter; entonces será como fuego santo que exhalará incienso que ascenderá a Dios, no de labios que condenen, sino como un restaurador de las almas humanas. Vuestro semblante expresará la imagen de lo divino...

Dios requiere que toda alma que está a su servicio encienda su incensario con los carbones del fuego sagrado. Hay que refrenar las palabras vulgares, severas y ásperas que emanan tan fácilmente de vuestros labios, y el Espíritu de Dios hablará mediante el instrumento humano. La contemplación del carácter de Cristo os transformará a su semejanza. Solo la gracia de Cristo puede cambiar vuestro corazón, y entonces reflejaréis la imagen del Señor Jesús. Dios os insta a que seáis como él: puros, santos e inmaculados. Hemos de llevar la imagen divina (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 3, p. 1182).

NOTAS DE ELENA LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA III TRIMESTRE DEL 2018 Narrado por: Patty Cuyan Desde: California, USA


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