LA HORA DE SU JUICIO HA LLEGADO.
Muchos profesos cristianos asegurarían hoy que Daniel fue demasiado exigente y lo tacharían de estrecho y fanático. Consideran de poca monta la cuestión de la comida y la bebida, como para requerir una actitud tan decidida y que pudiera involucrar el sacrificio de toda ventaja terrenal.
Pero los que razonan de esta manera se darán cuenta en el día del juicio que se habían alejado de los expresos requerimientos divinos y habían establecido su propio juicio como norma de lo bueno y lo malo. Entonces comprenderán que lo que para ellos parecía sin importancia, era de suma importancia ante los ojos de Dios. Las demandas de Dios se deben obedecer religiosamente. Los que aceptan y obedecen uno de los preceptos divinos porque les parece conveniente hacerlo, mientras ignoran otro porque les parece que su observancia les demandaría un sacrificio, rebajan las normas del bien y con su ejemplo arrastran a otros a considerar con liviandad la sagrada ley de Dios. "Así dice el Señor", debiera ser nuestra norma en todo tiempo (Consejos sobre la salud, p. 69).
Es el privilegio de toda persona vivir de tal manera que Dios la apruebe y la bendiga. Podéis estar cada hora en comunión con el cielo; no es la voluntad de vuestro Padre celestial que continuamente estéis bajo tribulación y tinieblas. Debierais cultivar el respeto propio, viviendo de tal modo que seáis aprobados por vuestra propia conciencia, y delante de los hombres y los ángeles ... Tenéis el privilegio de ir a Jesús y de ser limpiados, y de estar delante de la ley sin vergüenza y remordimiento. "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu". Romanos 8:1.
Mientras no debemos pensar en nosotros mismos más de lo debido, la Palabra de Dios no condena un debido respeto propio. Como hijos e hijas de Dios, debiéramos tener una consciente dignidad de carácter, en la cual el orgullo y la importancia de sí mismos no tienen parte (Nuestra elevada vocación, p. 145).
Quede este punto completamente aclarado en cada mente: Si aceptamos a Cristo como Redentor, debemos aceptarlo como Soberano. No podemos tener la seguridad y perfecta confianza en Cristo como nuestro Salvador hasta que lo reconozcamos como nuestro Rey y seamos obedientes a sus mandamientos. Así demostramos nuestra lealtad a Dios. Entonces nuestra fe sonará genuina, porque es una fe que obra. Obra por amor. Digan de corazón: "Señor, creo que tú moriste para redimir mi alma. Si tú le has dado tal valor al alma como para ofrecer tu vida por la mía, yo voy a responder. Entrego mi vida y todas sus posibilidades, con toda mi debilidad, a tu cuidado". La voluntad debe ser puesta en completa armonía con la voluntad de Dios. Cuando se ha hecho esto, ningún rayo de luz que brille en el corazón y en las cámaras de la mente será resistido. El alma no será obstruida con prejuicios que lleven a llamar tinieblas a la luz, y luz a las tinieblas. La luz del cielo es bien recibida, como una luz que llena todos los recintos del alma (Fe y obras, pp. 13, 14).
NOTAS DE ELENA LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA II TRIMESTRE DEL 2018
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