Gemas de este video.
Los que transgreden las leyes divinas en lo que atañe a su organismo, tampoco vacilarán en violar la Ley de Dios dada en el Sinaí.
Los que después de haber recibido la luz se nieguen a comer y beber por principio, en lugar de dejarse controlar por el apetito, no se preocuparán porque los demás aspectos de su vida sean gobernados por principios.
Los que aman a Dios de todo corazón desearán darle el mejor servicio de su vida y tratarán siempre de poner todas las facultades de su ser en armonía con las leyes que aumentarán su aptitud para hacer su voluntad.
No debilitarán ni mancharán la ofrenda que presentan a su Padre celestial abandonándose a sus apetitos o pasiones.
San Pedro dice: “Os ruego [...] que os abstengáis de las concupiscencias camales, las cuales guerrean contra el alma”. 1 Pedro 2:11 (VM).
Toda concesión hecha al pecado tiende a entorpecer las facultades y a destruir el poder de percepción mental y espiritual, de modo que la Palabra o el Espíritu de Dios ya no puedan impresionar sino débilmente el corazón.
San Pablo escribe a los Corintios: “Limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios”. 2 Corintios 7:1 (El conflicto de los siglos, p. 466).
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