PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: “Por tanto, la terminología bíblica muestra que el pecado no es una calamidad que sobrevino súbitamente a la humanidad, sino que es el resultado de una actitud activa y una elección consciente por parte del ser humano. Además, el pecado no es la ausencia del bien, sino que es “no alcanzar” las expectativas de Dios. Es un curso impío que el ser humano ha elegido deliberadamente. No es una debilidad por la cual los seres humanos no pueden responsabilizarse porque el ser humano, en la actitud o el acto de pecar deliberadamente, elige rebelarse contra Dios, transgredir su Ley y fracasar en escuchar la Palabra de Dios. El pecado trata de ir más allá de las limitaciones que Dios ha fijado. En resumen, el pecado es un acto de rebelión contra Dios”.–Tratado de teología adventista del séptimo día, p. 272.
“Se me ha presentado un horrible cuadro de la condición del mundo. La inmoralidad cunde por doquiera. La disolución es el pecado característico de esta era. Nunca alzó el vicio su deforme cabeza con tanta osadía como ahora. La gente parece aturdida, y los amantes de la virtud y de la verdadera bondad casi se desalientan por esta osadía, fuerza y predominio del vicio. La iniquidad prevaleciente no es del dominio exclusivo del incrédulo y burlador. Ojalá fuese tal el caso; pero no sucede así. Muchos hombres y mujeres que profesan la religión de Cristo son culpables. Aun los que profesan esperar su aparición no están más preparados para ese suceso que Satanás mismo. No se están limpiando de toda contaminación. Han servido durante tanto tiempo a su concupiscencia que sus pensamientos son, por naturaleza, impuros; y sus imaginaciones, corruptas” (TI 2:311).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Qué respuesta les das a los que, a pesar de todo lo que ha sucedido, insisten en que la humanidad está mejorando? ¿Qué argumentos dan y cómo respondes a ellos?
2. Presta atención a la cita de Elena de White en el estudio del viernes. Si te ves a ti mismo allí, ¿cuál es la respuesta? ¿Por qué es importante no darse por vencido en la desesperación, sino seguir reclamando las promesas de Dios: primero, de perdón; y segundo, de purificación? ¿Quién es el que quiere que tú digas de una vez por todas: “No sirve de nada. Soy demasiado corrupto. Nunca podré ser salvo, así que bien podría rendirme”? ¿Lo escuchas a él o a Jesús, que nos dirá: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11)?
3. ¿Por qué es tan importante para nosotros, como cristianos, entender la pecaminosidad y la depravación humanas básicas? ¿Qué puede suceder cuando perdemos de vista esa realidad triste pero cierta? ¿A qué errores nos puede llevar una falsa comprensión de nuestra verdadera condición?
4. Piensa en la cantidad incalculable de protestantes que eligieron morir antes que renunciar a la fe. ¿Cuán firmes estamos en la fe? ¿Lo suficiente como para morir por ella?
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