Se nos da la advertencia: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. Notad la influencia de sus excesos y su fanatismo en el servicio del gran obrero maestro que es Satanás. Tan pronto como el malvado tuvo al pueblo bajo su dominio, hubo exhibiciones de carácter satánico. El pueblo comió y bebió sin dedicar un solo pensamiento a Dios y su misericordia, a la necesidad de resistir al diablo, que los estaba incitando a cometer los actos más vergonzosos.
El mismo espíritu se manifestó en el sacrílego banquete de Belsasar. Hubo júbilo y danzas, hilaridad y cantos, y se llegó a una infatuación que seducía los sentidos; luego vino la complacencia de pasiones desordenadas y lujuriosas: todo esto se mezcló en la lamentable escena. Dios había sido deshonrado; su pueblo se había convertido en una vergüenza a la vista de los paganos. Los juicios estaban por caer sobre esa multitud infatuada y entontecida (Testimonios para los ministros, pp. 101, 102).
[Cristo] sometió ante nosotros el peligro de darle suma importancia a la comida y la bebida. Él revela el resultado de entregarse a la complacencia del apetito. Las facultades morales se debilitan de modo que el pecado no parece pecaminoso. Se toleran los delitos, y las pasiones bajas controlan la mente hasta que una corrupción general erradica los buenos principios e impulsos, y Dios es blasfemado. Todo esto es el resultado de comer y beber en exceso. Esta es precisamente la condición que él declara que existirá en su segunda venida.
¿Serán amonestados los hombres y las mujeres? ¿Estimarán la luz, o llegarán a ser esclavos del apetito y las bajas pasiones? Cristo nos presenta algo superior por lo cual trabajar, y no meramente por lo que comeremos y lo que beberemos, y con lo que nos vestiremos. Comer, beber y vestirse son llevados a tal exceso que se convierten en crímenes, y están entre los pecados señalados de los últimos días, y constituyen una señal de la pronta venida de Cristo... Es imposible presentar nuestros cuerpos a Dios en un sacrificio vivo cuando están llenos de corrupción y enfermedad por nuestra propia indulgencia pecaminosa (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 183).
¿Serán amonestados los hombres y las mujeres? ¿Estimarán la luz, o llegarán a ser esclavos del apetito y las bajas pasiones? Cristo nos presenta algo superior por lo cual trabajar, y no meramente por lo que comeremos y lo que beberemos, y con lo que nos vestiremos. Comer, beber y vestirse son llevados a tal exceso que se convierten en crímenes, y están entre los pecados señalados de los últimos días, y constituyen una señal de la pronta venida de Cristo. El tiempo, el dinero y las fuerzas, que son del Señor, pero que él nos los ha confiado, se malgastan en superfluidades de vestidos y lujos para satisfacer el apetito pervertido, que disminuyen la vitalidad y traen sufrimiento y decadencia. Es imposible presentar nuestros cuerpos a Dios en un sacrificio vivo cuando están llenos de corrupción y enfermedad por nuestra propia indulgencia pecaminosa (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 183).
Satanás emplea a hombres y mujeres como agentes para inducir al pecado y hacerlo atractivo. A estos agentes los educa fielmente para disfrazar el pecado a fin de poder destruir con más éxito a las almas y despojar a Cristo de su gloria. Satanás es el gran enemigo de Dios y del hombre. Se transforma por sus agentes en ángel de luz. En las Escrituras es llamado destructor, acusador de los hermanos, engañador, mentiroso, atormentador y homicida. Satanás tiene muchos servidores, pero tiene más éxito cuando puede emplear a los que profesan ser cristianos para realizar su obra satánica. Y cuanto mayor sea la influencia, más elevada la posición que ocupen, y mayor conocimiento profesen de Dios y de su servicio, tanto mayor será el éxito con que podrá emplearlos. Quienquiera que induzca a otro al pecado es su agente (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 128, 129).
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