Nuestra mente se acomoda al nivel de las cosas en las cuales permanecen nuestros pensamientos, y si pensamos en cosas terrenales no captaremos la impresión de lo que es celestial. Nos beneficiaríamos grandemente contemplando la misericordia, la bondad y el amor de Dios; pero experimentamos una gran pérdida al ocupamos de aquellas cosas que son terrenas y transitorias. Permitimos que las penas, los cuidados y las perplejidades atraigan nuestra mente a la tierra, y con-vertimos un grano de arena en una montaña…
Las cosas temporales no deben ocupar toda nuestra atención, ni absorber nuestra mente hasta que nuestros pensamientos estén completamente ocupados de la tierra y lo terreno. Debemos ejercitar, disciplinar y educar la mente de modo que pensemos en un estilo celestial, para que nos ocupemos de las cosas invisibles y eternas, que serán discernidas por la visión espiritual. Contemplando a Aquel que es invisible, podemos fortalecer la mente y vigorizar el espíritu (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 6, p. 1100).
El Señor es bueno y misericordioso. Quiero que mi ofrenda de gratitud ascienda constantemente a Dios. Anhelo tener una comprensión mayor de su bondad y de su amor inmutable. Anhelo diariamente las aguas de vida… Encuentro continuamente mi fortaleza en Dios. Mi dependencia no debe vacilar. Ningún instrumento humano debe inter-ponerse entre mi alma y mi Dios. El Señor es nuestra única esperanza. Confío en él, y él nunca, no nunca, me chasqueará. Hasta aquí me ha ayudado cuando estaba muy desanimada…
Agradeceré al Señor y alabaré su santo nombre. Alabaré al Señor porque puedo confiar en él en todo tiempo. Él es mi salvación, y mi torre de fortaleza a la que puedo correr en busca de seguridad. El comprende mis necesidades y me iluminará para que yo pueda reflejar luz sobre otros. No fracasaré ni me desanimaré. Espero que tú, mi Padre celestial, me concedas fortaleza y gracia… Su Palabra es mi seguridad (A fin de conocerle, pp. 264, 265).
“El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás — nunca anheléis las conveniencias y las atracciones del mundo—; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.
Debéis procurar tener un Salvador que viva en vosotros, que os sea como un manantial de agua que brote para vida eterna. El agua de la vida que fluye del corazón siempre riega el corazón de otros (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, tomo 5, p. 1108).
Notas de Elena | Domingo 21 de enero 2018 |
Una relación con Cristo | Escuela Sabática
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