Con humildad e inenarrable tristeza [Adán y Eva) se despidieron de su bello hogar, y fueron a morar en la tierra, sobre la cual descansaba la maldición del pecado. La atmósfera, de temperatura antes tan suave y uniforme, estaba ahora sujeta a grandes cambios, y misericordiosamente, el Señor les proveyó de vestidos de pieles para protegerlos de los extremos del calor y del frío.
Cuando vieron en la caída de las flores y las hojas los primeros signos de la decadencia, Adán y su compañera se apenaron más profundamente de lo que hoy se apenan los hombres que lloran a sus muertos. La muerte de las delicadas y frágiles flores fue en realidad un motivo de tristeza; pero cuando los bellos árboles dejaron caer sus hojas, la escena les recordó vivamente la fría realidad de que la muerte es el destino de todo lo que tiene vida (Patriarcas y profetas, p. 46).
Después de su expulsión del Edén, la vida de Adán en la tierra estuvo llena de pesar. Cada hoja marchita, cada víctima ofrecida en sacrificio, cada ajamiento en el hermoso aspecto de la naturaleza, cada mancha en la pureza del hombre, le volvían a recordar su pecado. Terrible fue la agonía del remordimiento cuando notó que aumentaba la iniquidad, y que, en contestación a sus advertencias, se le tachaba de ser él mismo causa del pecado. Con paciencia y humildad soportó, por cerca de mil años, el castigo de su transgresión. Se arrepintió sinceramente de su pecado y confió en los méritos del Salvador prometido, y murió en la esperanza de la resurrección (El conflicto de los siglos, p. 629).
Cuando el Señor colocó a nuestros primeros padres en el jardín del Edén, lo hizo con la instrucción de que “lo labrara y lo guardase”. Dios había acabado su obra de creación, y había dicho que “era bueno en gran manera”. Todo estaba adaptado para el fin para el que había sido creado. Mientras que Adán y Eva obedecieran a Dios, sus labores en el jardín serían un placer; la tierra brindaba de su abundancia para todos sus deseos. Pero cuando el hombre se apartó de la obediencia a Dios, fue destinado a luchar con las semillas sembradas por Satanás, y a ganarse el pan con el sudor de su rostro. Desde allí en adelante tendría que luchar con trabajo y dificultad contra el poder al cual había cedido su voluntad.
Era el propósito de Dios aliviar por medio del trabajo el mal introducido en el mundo por causa de la desobediencia del hombre. El trabajo podía hacer ineficaces las tentaciones de Satanás y detener la marea del mal. El Hijo de Dios fe dado al mundo, para que por medio de su muerte hiciera expiación por los pecados del mundo, para que por medio de su vida enseñara a los hombres como podrían ser deshechos los planes del enemigo. Cuando tomó sobre sí mismo la naturaleza humana, Cristo entró en las simpatías y los intereses de sus hermanos, y mediante una vida de incansable labor enseño cómo podrían los hombres llegar a ser labradores junto con Dios en la edificación de su reino en el mundo (Fundamentals of Christian Education, pp. 512, 513).
= NOTAS DE ELENA LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA III TRIMESTRE DEL 2019 Narrado por: Patty Cuyan Desde: California, USA
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