El pueblo de Dios, a quien él llama su tesoro peculiar, tuvo el privilegio de tener un sistema doble de ley: la moral y la ceremonial.
La una, que señala hacia atrás a la creación, para que se mantenga el recuerdo del Dios viviente que hizo el mundo, cuyas demandas tienen vigencia sobre todos los hombres en cada dispensación, y que existirá a través de todo el tiempo y la eternidad; la otra dada debido a que el hombre transgredió la ley moral, y cuya obediencia consistía en sacrificios y ofrendas que señalaban la redención futura. Cada una es clara y diferente de la otra.
La ley moral que desde la creación una parte esencial del plan divino de Dios, y era tan inmutable como el mismo. La ley ceremonial debía responder a un propósito particular en el plan de Cristo para la salvación de la raza humana. El sistema simbólico de sacrificios y ofrendas fue establecido para que mediante esas ceremonias el pecador pudiera discernir la gran ofrenda: Cristo. Pero los judíos estaban tan cegados por el orgullo y el pecado que solo unos pocos de ellos pudieron ver más allá de la muerte de animales como una expiación por el pecado; y cuando vino Cristo, a quien prefiguraban esas ofrendas, no pudieron reconocerlo. La ley ceremonial era gloriosa; era el medio dispuesto por Jesucristo en consejo con su Padre para ayudar en la salvación de la raza humana. Toda la disposición del sistema simbólico estaba fundada en Cristo. Adán vio a Cristo prefigurado en el animal inocente que sufría el castigo de la transgresión que él había cometido contra la ley de Jehová (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista, t. 6, pp. 1094, 1095).
Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectiva un cambio en el corazón. La fiel descripción de su verdadero estado, hecha por el profeta Natán, movió a David a comprender sus pecados y lo ayudo a desprenderse de ellos. Acepto mansamente el consejo y se humillo delante de Dios…
El pecado no mato a la ley, sino que mato la mente carnal en Pablo…[El] llama la atención de sus oyentes a la ley quebrantada y les muestra en que son culpables. Los instruye como un maestro instruye a sus alumnos, y les muestra el camino de retorno a su lealtad a Dios (Mensajes selectos, t. 1, pp. 249, 250).
Hay muchos que claman: “Cree, solamente cree”. Preguntadles que habréis de creer. ¿Habréis de creer las mentiras forjadas por Satanás contra la ley de Dios, santa, justa y buena? Dios no usa su grande y preciosa gracia para anular su ley, sino para establecerla. ¿Cuál fue la decisión de Pablo? Dice: “¿Que diremos pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley… Yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y ¿termino entonces el mandamiento? No.] Yo [Pablo] morí… De manera que la ley a la verdad es [¿un obstáculo directo en el camino de mi propia libertad y paz? No.] Santa, y el mandamiento santo, justo y bueno”. Romanos 7:7-12 (Mensajes selectos, t. 1, p. 407).
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