jueves, 10 de agosto de 2017

La santificación total del hombre.




Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4:23, 24.


La verdad debe santificar a todo el hombre: su mente, sus pensamientos, su corazón, sus energías. Sus facultades vitales no deben consumirse en prácticas concupiscentes. Estas deben ser vencidas, o lo vencerán a él…

La mente está nublada por la malaria sensual. Los pensamientos necesitan purificación. ¡Qué no podrían haber sido los hombres y las mujeres si hubieran comprendido que la manera en que se trata el cuerpo es de vital importancia para el vigor y la pureza de la mente y del corazón!

El verdadero cristiano participa de experiencias que producen santificación. Queda sin una mancha de culpa en la conciencia, sin una mancha de corrupción en el alma. La espiritualidad de la ley de Dios con sus principios restrictivos, penetra en su vida. La luz de la verdad irradia en su entendimiento. Un resplandor de perfecto amor por el Redentor despeja el miasma que se ha interpuesto entre su alma y Dios. La voluntad de Dios se ha convertido en su voluntad: pura, elevada, refinada y santificada. Su rostro revela la luz del cielo. Su cuerpo es un templo adecuado para el Espíritu Santo. La santidad adorna su carácter. Dios puede tener comunión con él, pues el alma y el cuerpo están en armonía con Dios…

Dios quiere que comprendamos que tiene derecho a la mente, el alma, el cuerpo y el espíritu: a todo lo que poseemos. Somos suyos por creación y por redención. Como nuestro Creador, demanda nuestro servicio pleno; como nuestro Redentor, tiene una exigencia tanto de amor como de derecho [sobre nosotros], de amor sin paralelo. Debemos tener en cuenta esa exigencia en cada momento de nuestra existencia… Nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra vida le pertenecen, no sólo porque son una dádiva gratuita, sino porque constantemente nos proporciona sus beneficios y nos fortalece para que usemos nuestras facultades… “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Juan 1:12…

Los que son hijos de Dios representarán a Cristo en carácter. Sus obras tendrán el perfume de la infinita ternura, la compasión, el amor y la pureza del Hijo de Dios. Y mientras más completamente se entreguen la mente y el cuerpo al Espíritu Santo, mayor será la fragancia de nuestra ofrenda para él.—Comentario Bíblico Adventista 7:921.

DEVOCIONAL MARANATA: EL SEÑOR VIENE
Elena G. de White.


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