Por Joel García Cobos.
Durante estos 2 mil años, el Sermón
del Monte ha permanecido inalterable como el principal y más poderoso discurso
de Jesucristo, aún los no creyentes encuentran en él los principios elevados de
un gran filósofo y del más grande maestro de todos los tiempos.
Jesús reunió
a sus discípulos, muy de mañana en la playa, pero muy pronto fueron llegando hileras
de caminantes de las diversas regiones de la nación israelita, como Galilea, Judea,
Perea, Decápolis, y de la lejana Idumea, incluso extranjeros de Tiro y Sidón
hasta formarse una multitud, al quedar
insuficiente la estrecha playa, Jesús
los condujo al pie de la montaña
donde podrían escuchar mejor.
En el
trayecto, cada quién caminaba con sus pensamientos más íntimos y con el
concepto que tenían del Nazareno, la mayoría deseaba ser sanada de sus enfermedades,
otros anhelaban que ese hombre que hacía asombrosos milagros fuera el Mesías y
anunciara la restauración del legendario y glorioso reino de David; los pobres anhelaban
les levantara la pesada servidumbre, algunos iban por curiosidad y unos pocos para
escuchar su sabiduría.
Jesús al
verlos expectantes recostados sobre la yerba tuvo compasión de ellos, reconoció
en sus cuerpos y rostros maltrechos la degradación humana, la carrera de la
explotación y el egoísmo producto del pecado.
Jesús inició su discurso con las Bienaventuranzas.
"Felices los que tienen alma de pobres: a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos: serán consolados.
Felices los pacientes: recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia: serán saciados.
Felices los misericordiosos: obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro: verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz: serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia:
a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos,
y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces:
ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo;
de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.”
Estas palabras de Jesús continúan dando esperanzas a todo aquel que quiera ser ciudadano del reino, no es una nueva ley, es ley y gracia juntas, el verdadero significado de su carácter. Jesús se complace con quienes reconocen el derecho que tiene a gobernar, aunque en la práctica, no alcanzan la meta de la perfección moral, pero tienen en él la fuente del poder y la vida eterna.
Estemos siempre contentos, Jesús es Felicidad.