Por Joel García Cobos.
Hay en el mundo solo tres religiones monoteístas y reconocen a Jesucristo. El Judaísmo, la más
antigua de las 3, el Cristianismo y el
Islam, esta última solo tiene a Jesús como un profeta y
no como Dios. Las 3 tienen a
Abraham como Padre de su fe. Las demás religiones adoran a muchos dioses.
Aunque la promesa del Mesías, fue
dada a Adán y por lo tanto a toda la raza caída, curiosamente el judaísmo se dio a sí mismo la misión de esperarlo, pero es muy lamentable su error, pues creían que vendría como un poderoso y soberbio guerrero que los salvaría de la
opresión del Imperio Romano, y restauraría su religión, sus tradiciones y su nación, con lo cual volverían a los años de esplendor de su
inolvidable rey David.
Error que la humanidad ha pagado. De la nación judía nacería
el Mesías, pero no venía a beneficiarlos solo a ellos, esperaban un beneficio material, al no
ser así rechazaron el don espiritual creyendo que así siguiera viviendo su nación.
El Mesías se ofreció al hombre que se reconocía
pecador y que necesitaba a un
Salvador. Los judíos por sentirse descendientes de Abraham decían que no eran pecadores,
por lo tanto no necesitaban al Cordero pascual.
Jesucristo no es una religión ni pertenece a ninguna nación
en especial, el vivir a la altura de nuestro Creador se ha confundido con
rituales y esplendores, en el evangelio de Juan 1: 17
dice que la vida eterna es conocer a Dios y a Jesucristo a quien Él ha
enviado. Dios quiere adoradores personales, que lo necesiten en su vida
cotidiana, hablar con ellos cara a cara, ahí están los ejemplos de Abraham,
Isaac y Jacob que le cambió el nombre a Israel, ellos platicaban con él,
le decían que querían un hijo, que
tenían miedo, calor o frío. En el mejor
de los casos, los descendientes fieles de estos 3 varones, transmitieron sus
ordenanzas pero sobre todo sus experiencias personales a las nuevas generaciones. En este mismo grupo de triunfadores está Moisés, que también platicaba con él.
El esperar al Mesías, era tan solo una parte del pacto
de Dios con Adán, con ellos 3, con Moisés y todo el pueblo.
La otra mitad era que serían una nación santa, de sacerdotes, y al transmitir esas vivencias a los pueblos vecinos, tantas maravillas, darían a
conocer a ese Dios amoroso y todopoderoso a todas las naciones del planeta para que se convirtieran y lo esperaran.
Pero los judíos perdieron la brújula, se volvieron idólatras,
egocéntricos y excluyentes, mataron a todos los profetas que Dios les envió
para enderezar su camino, no esperaron
al Mesías, desde entonces esperan al
Anticristo, y al venir hasta lo mataron, Dios en su misericordia cumplió su
pacto, vino a hacer tantos milagros a ellos, en su territorio.
Pero al rechazarlo,
les dio una prueba definitiva que Él también los desechaba por completo como
nación. Jesús se los dijo primero en parábolas
como el árbol que no da frutos, luego con todas sus letras cuando lloró
por Jerusalén y afirmó que les dejaba la
ciudad desierta. También con simbolismos, al morir Jesús, el hermoso velo del
templo que dividía el lugar Santo del Santísimo se rompió de arriba hacia
abajo; Se quedaron atónitos y horrorizados los sacerdotes oficiantes y la
muchedumbre participante, con el ruido y la confusión, el cordero pascual que
estaba por ser inmolado desapareció, en lugar de este solemne rito, densas tinieblas aparecieron desde
las 12 del día, actuando sobre sus ennegrecidas conciencias. El mensaje estaba claro. La viña
fue dada a otros, ya no era necesario
seguir con los ritos del sacrificio, pues él finalmente murió, cumplió el
Pacto, la promesa de su Padre, con ejemplar exactitud.
Si no quisieron comprender el cumplimiento de tantos siglos de espera,, era responsabilidad de ellos, pues cerraron los ojos y lo negaron y rechazaron, como en nuestros días.
Si no quisieron comprender el cumplimiento de tantos siglos de espera,, era responsabilidad de ellos, pues cerraron los ojos y lo negaron y rechazaron, como en nuestros días.
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